Comunidades indígenas y cooperativismo
Por: Alejandro Martínez Castañeda
Las comunidades indígenas de México y de otros países del continente americano y el movimiento cooperativista comparten principios y valores fundamentales que reflejan una visión del mundo basada en la cooperación, la solidaridad y el bien común. Si bien estos dos modelos han surgido en contextos históricos y culturales diferentes, ambos representan alternativas al modelo económico dominante, que prioriza el lucro individual sobre el bienestar colectivo, promoviendo la justicia social, la equidad y la sostenibilidad.
Las similitudes entre los principios y valores de las comunidades indígenas y el cooperativismo son evidentes y profundas. Ambos enfoques ofrecen alternativas viables y necesarias al modelo económico dominante. En un mundo marcado por la desigualdad, la crisis ambiental y la fragmentación social, estos valores y prácticas son más relevantes que nunca. Honrar y aprender de tales sistemas, no es solo un acto de justicia, sino también una necesidad para construir un futuro más justo, equitativo y sostenible.
Uno de los pilares centrales tanto de las comunidades indígenas como del cooperativismo es la cooperación. En las comunidades indígenas, la cooperación se manifiesta en prácticas como el tequio (trabajo comunitario no remunerado) y la faena (trabajo colectivo para el beneficio de la comunidad). Estas actividades no solo fortalecen los lazos sociales, sino que también aseguran que las necesidades colectivas sean atendidas de manera equitativa.
De manera similar, el cooperativismo se basa en la colaboración entre sus miembros para alcanzar objetivos comunes. Vale destacar que las cooperativas son organizaciones gestionadas democráticamente, donde los socios trabajan juntos para mejorar sus condiciones económicas y sociales. En ambos casos, la cooperación no es solo una estrategia para alcanzar metas, sino un valor fundamental que define la forma en que las personas se relacionan entre sí y con su entorno.
Tanto las comunidades indígenas como el cooperativismo priorizan el bien común sobre el interés individual. Para los pueblos originarios, este principio se refleja en la gestión colectiva de los recursos naturales, como la tierra y el agua, que son considerados bienes comunitarios y no propiedad privada. Este enfoque asegura que los recursos sean utilizados de manera sostenible y que beneficien a toda la comunidad, incluidas las generaciones futuras.
En tanto, en el cooperativismo, el bien común se expresa en la distribución equitativa de los beneficios y en la reinversión de los excedentes en proyectos comunitarios. Las cooperativas buscan mejorar las condiciones de vida de sus miembros y de la comunidad en general, en lugar de maximizar las ganancias para unos pocos. Este enfoque contrasta con el modelo capitalista, que a menudo explota los recursos y las personas en beneficio de intereses privados.
La solidaridad es otro valor compartido entre los pueblos indígenas y el cooperativismo. En las comunidades autóctonas, la solidaridad se manifiesta en prácticas como la guelaguetza (intercambio de bienes y servicios) y el apoyo a familias en momentos de necesidad. Estas redes de apoyo mutuo no solo fortalecen la cohesión social, sino que también aseguran que nadie quede desamparado. En el cooperativismo, la solidaridad se expresa en la ayuda mutua entre los socios y en el compromiso con el desarrollo de la comunidad.
Asimismo, las cooperativas fomentan la inclusión y la equidad, asegurando que todos los miembros tengan acceso a los beneficios y oportunidades que ofrece la organización. Este enfoque solidario es especialmente importante en contextos de marginación y exclusión, donde las comunidades indígenas y las cooperativas a menudo operan.